Era martes, 22 de marzo de 2022. A las 7:14 de la mañana, bajo un sol abrasador, Elián López se encontraba en la playa. Observaba el océano al que pronto se adentraría para emprender la aventura definitiva de su vida. Los peligros de cruzar aquel vasto cuerpo de agua en una pequeña tabla no se comparaban con la desesperación helada de permanecer en su tierra natal.
“Aquí es imposible soñar. Aquí no se puede prosperar”. Estas son palabras comunes entre los cubanos, ya que su patria atraviesa una crisis económica, social y política debido a su régimen de gobierno. La desesperante pobreza que sufren obliga a miles a navegar por el frío y cruel océano Atlántico en busca de un futuro mejor en los Estados Unidos. Algunos se embarcan en balsas, de ahí el término “balseros”. Otros, como Elián, lo hacen sobre una tabla de windsurf.
Mientras contemplaba aquel inmenso horizonte, Elián ponderaba la decisión que estaba a punto de tomar. La brisa golpeaba su cuerpo mientras su mente analizaba el panorama: se arriesgaba no solo a las condiciones del mar, sino también a su propia salud. Él había sobrevivido al cáncer y tenía una colostomía permanente.
Finalmente, con el sudor corriendo por su cuerpo, inició su viaje a través del estrecho de Florida, que separa la isla de la península de Florida, en los Estados Unidos. Se adentró en el mar con su tabla de vela, un par de botellas de agua y su dispositivo móvil. Las primeras horas fueron tan arduas como se esperaba, con un esfuerzo físico considerable, pero el viento soplaba a su favor. El agua salpicaba sobre su cuerpo, infundiéndole cada vez más determinación.
En altamar, las olas vienen de direcciones diversas, lo que puede ser agotador para quien navega en una tabla de windsurf. Horas después, Elián lo comprobaría. La noche llegó fría y despiadada, aunque extrañamente hermosa. Exhausto por el cansancio, se quedó dormido; al despertar, encontró que una de sus botellas de agua se había roto.
Deshidratado, exhausto y temblando de desesperación, sintió un movimiento en su cuello; era su teléfono, que llevaba en una bolsa plástica para protegerlo del agua. Quizás fue una coincidencia, o tal vez un milagro, pero había cobertura para hacer una última llamada y despedirse de su esposa e hija, a quienes no había notificado sobre su travesía.
La familia de Elián buscó ayuda en la Guardia Costera de Estados Unidos para rescatarlo. Gracias al GPS de su celular, pudieron obtener las coordenadas exactas de su ubicación. Al día siguiente, las autoridades migratorias estadounidenses permitieron su estancia en el país, donde actualmente disfruta de una vida más cómoda.
La historia de este valiente fue noticia en diversos medios de comunicación y redes sociales, que compartieron la llamativa anécdota a través de entrevistas y reportajes.
A los 48 años y con un cáncer a cuestas, Elián nos demostró que la fuerza de voluntad puede inspirarnos en nuestros momentos más oscuros.
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