Una mente que desafió las barreras

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Sophía González Ferrer

"El universo no permite la perfección" (Stephen Hawking).

Stephen Hawking, el renombrado físico, teórico y cosmólogo, dejó un impacto duradero en el mundo de las ciencias y más allá. A lo largo de su vida, desafió obstáculos inimaginables y trascendió las limitaciones físicas para convertirse en uno de los científicos más influyentes de nuestros tiempos.

El 8 de enero de 1942, en Oxford, Inglaterra, nació Hawking, quien mostró un interés temprano por la comprensión del universo.

A los 21 años, Hawking fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad del sistema nervioso que afecta las neuronas del cerebro y la médula espinal y que le robaría progresivamente el control de su cuerpo.

Los médicos le pronosticaron hasta dos años más de vida; sin embargo, él no solo superó las expectativas de la medicina, sino que también vivió 55 años más, aunque sintiendo cómo poco a poco su tronco y extremidades dejaban de funcionar.

La degeneración comenzó con sus piernas; luego, la voz; después, la movilidad de sus manos; le costaba respirar. Finalmente, todo lo que conocía como cuerpo, todo él, se vio afectado por ese trastorno neurológico.

Stephen admitió que cuando recibió la noticia, alrededor de 1963, su mundo se desmoronó. Durante los primeros meses se encerró en su habitación, ahogado en la depresión. No obstante, la enfermedad no le impidió continuar con sus estudios de Física y Química en la Universidad de Oxford. Después cursó un doctorado en Física Teórica (relatividad y cosmología) y otro en Matemáticas.

También siguió con su vida personal. Dos años después de enterarse de su condición, se casó con Jane Wilde.

Más tarde, en 1985, contrajo neumonía, que se complicó hasta dejarlo en coma. Los médicos sugirieron desconectar los aparatos que lo mantenían con vida, pero su esposa se negó.

Años después, se encontraba en una sala de conferencias. Su silla de ruedas eléctrica se deslizaba hacia el escenario. Sus manos, rígidas por su dificultosa enfermedad, se apoyaban en los reposabrazos. La audiencia esperaba con emoción mientras Hawking, con un gesto apenas perceptible, activó su sintetizador de voz. Estaba dando un coloquio sobre agujeros negros, el misterio más oscuro del cosmos, y a punto de revelar los secretos de estos. Este tema resultaba bastante interesante para muchas personas, y a Stephen le encantaba compartir todos sus conocimientos.

A lo largo de su carrera, recibió muchos premios y reconocimientos por su contribución a la ciencia. Fue nombrado miembro de la Royal Society (Real Sociedad de Londres) y recibió la Medalla Copley, el mayor reconocimiento al trabajo científico, en cualquiera de sus campos, otorgado por dicha institución.

Sin importar su discapacidad, continuó investigando incansablemente. Con una mente aguda y su inteligencia inigualable, trascendió a la historia como uno de los físicos más prestigiosos. Sus estudios sobre cosmología, agujeros negros y teoría del espacio-tiempo revolucionaron nuestra comprensión del universo.

El 14 de marzo de 2018, Stephen Hawking falleció en su casa ubicada en Cambridge, Reino Unido. El destino quiso que naciera un 8 de enero, el mismo día en que murió el astrónomo Galileo; y que su muerte ocurriera en la fecha en que nació el científico más popular del siglo XX, Albert Einstein. ¡Qué coincidencia!, ¿no?

Hoy, su legado perdura como una prueba de que la discapacidad no define a una persona. No solo se manifiesta en sus teorías científicas, sino en su virtud de inspirar a todos a cuestionar lo inquebrantable y explorar lo desconocido. Stephen Hawking nos recordó que, en última instancia, somos mucho más que nuestras limitaciones físicas; somos seres de mente infinita en un universo igualmente infinito, capaces de alcanzar las estrellas, sin que las barreras terrenales nos detengan.

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