Esperanza: un camino de redención

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Sebastian García

El pequeño luchador agonizaba. Cada paso durante su extenso viaje era como una gota en la tormenta de lágrimas derramadas. Buscaba la esquiva libertad y un lugar al que finalmente pudiera llamar hogar. A pesar de su valentía y determinación, esa sensación de pertenencia seguía siendo un tesoro inalcanzable que, junto a su padre, lo mantenía en una búsqueda incesante.

Kareem nació el 16 de agosto de 2008 en Siria, un país marcado por el conflicto, donde la guerra se cernía como una sombra perpetua sobre su niñez. El conflicto, alimentado por la avaricia del gobernante Bashar al-Ássad, amenazaba con devorar todo rastro de paz y esperanza. En su hogar, su padre, Bakar, luchaba cada noche contra la oscuridad que invadía sus vidas, mientras las guerrillas saqueaban su refugio en busca de alimento y cobijo.

A los cinco años, la violencia ya había tocado su puerta y destruido su inocencia. Invasores irrumpieron en su casa y la saquearon; Bakar, desesperado, los confrontó, pero pagó un precio muy alto: uno de ellos le amputó la mano, una cicatriz física y emocional que nunca sanaría por completo. El agobiado padre se propuso darle a su hijo una vida mejor, y tomó la decisión más valiente que pudo: buscar refugio en la ciudad de Estambul, Turquía. Ese día, Kareem sintió por última vez la calidez de un hogar.

El viaje comenzó con una huida precipitada. El niño y su decidido padre emprendieron su odisea, dispuestos a enfrentar cualquier obstáculo con tal de encontrar un lugar donde florecieran la paz y la esperanza.

Los primeros pasos de su aventura los llevaron a un refugio a unos kilómetros al norte de su hogar, cada vez más cerca de la frontera entre Siria y Turquía. Allí sobrevivieron durante cinco largos días, recolectando los escasos recursos necesarios. Sin tomarse el tiempo para descansar, decidieron partir. Después de tres días de extenuante caminata, Bakar y Kareem llegaron finalmente al pueblo de Al-Rai, a tan solo ocho kilómetros de la frontera. Ahí pasaron la noche; al amanecer, retomaron su camino hacia la esperanza.

Su plan era simple: encontrar un camión de carga que los llevara ocultos entre alimentos para pasar desapercibidos. Pero descubrieron que la generosidad en aquellos tiempos era un bien escaso. Afortunadamente, un alma compasiva llamada Omar decidió arriesgar todo para ayudarlos, escondiéndolos detrás de montañas de cajas de conservas en su camión.

No obstante, el destino aún les tenía reservada una última prueba. Durante el control en la frontera, Kareem estornudó, una señal inadvertida que pudo haberles costado la libertad o incluso la vida. La mirada inquisitiva del oficial los puso en una situación angustiosa. El niño, asustado, sollozaba. Pero, en un giro inesperado, el uniformado mostró compasión. Finalmente, después de tanto sufrimiento, padre e hijo lograron su objetivo y se establecieron en un nuevo país por un tiempo.

Kareem fue mi amigo en la primaria; aunque ya no hablamos, su historia dejó una profunda huella en mí. De él aprendí que muchas veces dudamos de nuestra capacidad para seguir adelante o enfrentar una situación crítica, pero, en lo más profundo de nuestro ser, siempre queda algo de esperanza, temple y osadía. El sentimiento de redención es un tesoro que nos mantiene en una búsqueda incansable y que puede ayudarnos a lograr nuestros anhelos.

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