Nota del editor
El siguiente texto se inspira en la vida de una migrante panameña que, con nostalgia y valentía, comparte la travesía que la llevó a tierras inglesas, narrando su odisea en busca de un nuevo hogar en el corazón de Europa.
Quizá lo único que podía ver en ese momento eran mis manos, jugueteando nerviosas entre sí, con los dedos acariciando mis palmas sudorosas. Era muy consciente de mí misma en ese estado y creí que lo mejor sería corregir mi postura y mostrar un semblante más calmado. Al levantar la mirada, me di cuenta de que estaba un poco mareada, pero ¿quién no lo estaría en mi situación?
Dos oficiales revisaban mi maleta, sus miradas eran determinantes y juzgadoras, como si fuera una criminal. Sin embargo, no sentía impotencia, sino miedo.
Uno de los oficiales se sentó frente a mí y me hizo algunas preguntas. Quería saber mi nombre, edad, lugar de procedencia y qué venía a hacer en este país. Respondí a todo en un idioma que no era el mío. Con mi inglés "machucado" contesté: "Veinte años, rebelde, panameña, para estudiar..." Mis labios y lengua se movían automáticamente a medida que pasaba el tiempo. Dejé de sentirme presente frente a ellos.
"Lora". ¿Es ese mi verdadero nombre, que ahora escucho en boca de otros, con una pronunciación extraña? Digo de dónde vengo, pero ellos entienden mi posición política, no mi sentimiento. Para ellos, no soy panameña, sino más bien una latina con hambre de plata. Menciono que no tengo familiares, pero entonces creen que estoy buscando casarme. "¡No, no es así, señora!", casi gritan mis ojos al ver cómo me analiza incorrectamente. La oficial se levanta y el mundo me da vueltas de nuevo.
—¿Tus playas se parecen a las de aquí? —me interroga en inglés.
—Definitivamente no —respondí.
"Mi tierra tiene olas tranquilas, aguas azules y saladas, arena caliente y clara que guarda corales. Y la brisa siempre huele a verano. Lo sé desde que tenía cinco años", pensé.
—¿Has probado la comida de aquí?
Me pregunté a qué tipo de comida se refería. Lo único que había probado en visitas anteriores eran los mismos restaurantes de comida rápida que hay en mi país. Solo sentía nostalgia. Negué con la cabeza. Entonces me sentí rara. "¿Por qué la oficial me está preguntando algo que no tiene nada que ver con mi llegada al país?", me cuestioné.
—¿Y cómo te han tratado hasta ahora?
—Fue un viaje de escala. Es extraño ver cómo me juzgan cuando mi apariencia delata mi origen.
"Usted no sabe cuántos años pedí esta visa ni cuánto me esforcé", pensé.
—Yo soy de Honduras, un gusto —dijo en español después de unos segundos, y yo sonreí.
Abrí los ojos y vi el techo de mi apartamento. Supe que estaba soñando. La soledad que apretaba mi pecho me hizo saber que, en efecto, me siento sola en Inglaterra, y es porque lo estoy. No hay muchos inmigrantes a mi alrededor y pocos hablan mi idioma. No hay muchos que hayan pasado por lo mismo que yo.
Percibí un olor fresco y me levanté de repente. Corrí hacia la ventana y la abrí, pues parecía venir de afuera. Vivo cerca de la playa y olía a verano; pero no a cualquiera, sino a uno en Panamá. Entonces supe que soy un pedacito de mi tierra, que llevo conmigo a donde quiera que vaya.
¿Quieres participar?
¡Inscríbete en El Torneo en Línea de Lectoescritura (TELLE) y apoya a los escritores evaluando sus crónicas!
Apoya a los jovenes
¿Sabías que puedes apoyar a los jóvenes escritores con la compra de sus libros de crónicas?